LA MONTAÑA: Carta para Isabella

Querida Isabella,

Permíteme contarte la historia de un joven llamado Arturo, Arturo era un adolescente repleto de aspiraciones, pero también enredado en el torbellino de expectativas foráneas. La vida, con su constante ruido y sus paralelismos, le proporcionaba un sinfín de ejemplos a imitar, sin embargo, su espíritu parecía vacío, su mente sumergida entre los objetivos ajenos y sus propias incertidumbres. Su mirada, en lugar de hallar claridad, se desvanecía en los éxitos ajenos, sin hallar su propia dirección. Como muchos otros, Arturo subsistía sin comprender que, en última instancia, cada vida posee una ruta única, que solo él podría seguir.

Un día, al caminar desorientado por un bosque aislado, Arturo se topó con un anciano con una mirada intensa. El anciano con su instinto de sabio, al percibir la preocupación en su cara, lo observó por un instante antes de expresar:

—¿Cuál es tu inquietud, joven?

Arturo, agotado de llevar el peso de sus incertidumbres, no dudó en expresar su desesperación. Conversó acerca del futuro incierto, de las aspiraciones que tenía sobre sus hombros, de esa constante comparación con los demás que le dificultaba progresar.

El hombre de avanzada edad, sin mostrar ninguna urgencia, elevó una mano e indicó hacia la lejanía, donde una majestuosa montaña se elevaba en el horizonte.

—Esa montaña, —dijo tranquilamente— es tu existencia. Al igual que todos los hombres, observas a los demás y te equiparas con ellos. Sin embargo, lo que no percibes es que cada individuo sigue su propia senda. Esa montaña no cuenta con una sola cumbre, ni un solo camino, y el único capaz de ascenderla eres tú. Esta es la frase que deseo que recuerdes: "Vea al frente, que la prueba es individual".

Arturo permaneció mudo, observando la montaña desde un nuevo punto de vista. ¿Cuántas veces había permitido que la sombra ajena le oscurezca la senda? ¿Cuántas veces había pensado que su existencia debería ser similar a la de los demás, cuando lo único que verdaderamente significaba era su propio crecimiento?

El anciano persistió, su voz tenue pero constante:

—Cada uno de nosotros posee una cumbre que debe ascender. Tú, joven, observas las alturas de los demás y te sientes diminuto, incapaz de asistir. No obstante, esa mirada solo te distanció de ti mismo. El examen que te aguarda no tiene relación alguna con los demás. Es personal. Nadie más podrá llevar tu vida, ni ascender a tu cumbre. Solo tú determinas cómo progresar, qué dificultades afrontar y cómo vencerlas. No te pierdas en el contraste, ya que eso solo te sembrará de incertidumbres. Dedica toda tu energía a tu propia trayectoria.

Arturo oyó en silencio, percibiendo cómo esas palabras se infiltraban en su interior. La montaña, antes majestuosa y distante, ya no se presentaba como un impedimento insuperable. Cada avance consideró, debería ser únicamente suyo. La cima que él anticipaba no era la de otros nadie.

—No es acerca de lo que otros consiguen —aclaró el anciano—, sino de lo que tú puedes hacer. No existe prisión más cruel que la de comparar tu vida con la vara del otro. Cada momento que experimentas es un avance hacia tu propia cima. Aunque en ocasiones la fatiga te azote, aunque las incertidumbres surjan, siempre ten presente: el examen es personal. No se logra ascender a la montaña comparando el ritmo de los demás, sino persistiendo en el propio.

Arturo experimentó que esas palabras despertaban en él una fuerza que desconocía tener. Desde aquel día, su punto de vista se transformó. Ya no se percibía en las vidas ajenas. Comenzó a avanzar con un objetivo renovado, consciente de que su trayectoria solo era suya. Ya no tenía importancia qué hicieran otros, ni la rapidez con la que subieran; lo único que importaba era progresar, paso a paso, sin retroceder.

La historia de Arturo nos deja entre otras, las siguientes reflexiones: 

  • La evaluación es única: La vida de cada individuo posee su propio propósito y orientación. Compararnos con otros solo nos aleja de nuestro auténtico objetivo. Cada individuo posee su propia montaña, y únicamente él puede determinar cómo ascenderla.
  • El poder del enfoque interno: El secreto para vencer las dificultades es concentrarse en el camino personal. La vida no es un torneo, sino un proceso individual de aprendizaje y desarrollo personal.
  • La constancia es el auténtico éxito: No se escala la montaña de un solo tirón, sino de forma gradual. El esfuerzo incesante es lo que al final nos conduce a la cumbre.
  • La importancia del proceso: El destino es tan relevante como el viaje. Apreciar cada avance, cada obstáculo vencido, es lo que nos revela el auténtico valor del esfuerzo y la superación.
  • La esencia de la vida se encuentra en el empeño individual: Ninguna persona puede llevar nuestra vida por nosotros mismos. Solo al enfocarnos en el frente, sin desviarnos por las acciones de los demás, podremos comprender y utilizar la única prueba que nos ha sido otorgada.

Con afecto, José Véliz


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